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Una mirada desde lo empírico y la episteme
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El imaginario social de la vigilancia

Tiempo de lectura: 8 minutos

Castoriadis

El autor más reconocido por sus aportes al concepto de imaginarios sociales es Cornelius Castoriadis. En su libro La institución imaginaria de la sociedad (1975), este filósofo y psicoanalista greco-francés define al imaginario social como una construcción socio-histórica que abarca el conjunto de instituciones, normas y símbolos que comparte un determinado grupo social y que opera en la realidad ofreciendo tanto oportunidades como restricciones para el accionar de los sujetos. De tal manera, lo imaginario instaura por sí mismo una realidad que tiene consecuencias prácticas para la vida cotidiana de las personas.

Imaginario Social: Construcción socio-histórica que abarca el conjunto de instituciones, normas y símbolos que comparte un determinado grupo social y que opera en la realidad ofreciendo tanto oportunidades como restricciones para el accionar de los sujetos

Cornelius Castoriadis

Según el autor, existen dos tipos de imaginarios sociales: el imaginario social instituido, al que pertenecen los conjuntos de significaciones que consolidan lo establecido; y el imaginario social instituyente, el cual se manifiesta en el hecho histórico y en la constitución de sus universos de significación.

Lo instituyente crea una fisura en el orden establecido, instituido, implica la transformación social.

Lo instituido, en cambio, está dado de antemano, producido a lo largo de la historia. Opera desde las significaciones sobre los actos humanos, estableciendo lo permitido y lo prohibido, lo lícito y lo ilícito. Ordena y regula las relaciones y acciones dentro de una sociedad, la mantiene unida y cohesionada.

Foucault

En Vigilar y castigar (1975), Foucault se centra en este tipo de imaginario: es el discurso hegemónico, el saber producido por el poder y las sociedades disciplinarias. Las relaciones de poder necesitan producir saber para que los mecanismos funcionen y, a su vez, el saber produce mecanismos de poder. La creación y circulación de discursos engendra verdades; a su vez, estas verdades engendran discursos en la sociedad y el saber se reproduce.

Por tanto, los imaginarios sociales producen valores, apreciaciones, gustos, ideas y conductas propios de una cultura y se instala en las distintas instituciones que componen una sociedad.

En su texto La construcción de subjetividad en las personas privadas de libertad (2016), Soria Arena plantea que gran parte de la población que habita las cárceles está compuesta por hombres, en su gran mayoría jóvenes y pobres, con historias que se caracterizan y en las que se repiten  múltiples expulsiones, tanto del ámbito familiar como del sistema educativo. En muchos casos son marginados del sistema socio económico, ya que su vida ha transcurrido en condiciones de carencias y vulnerabilidad de todo tipo.

Actualmente los discursos que circulan sobre la cárcel refuerzan la idea que asocia los establecimientos de reclusión a la violencia y ésta, a su vez, a los “delincuentes”, haciendo invisible tanto la selectividad del sistema sobre los grupos más vulnerados, como la violencia institucional sustentada en políticas públicas que se diseñan o construyen sobre la base de un aumento del control policial, un aumento de las cargas punitivas y un encarcelamiento masivo.

El Dr. Antonio Román en un evento de la Policía Federal Argentina en la Provincia de Entre Ríos

Foucault (1975) entiende la noción de “individuo peligroso” o delincuente como resultante de la unión del discurso penal con el discurso psiquiátrico; el delincuente es la desviación patológica de la especie humana, el síndrome mórbido. Para el autor, la técnica penitenciaria y el hombre delincuente son “hermanos gemelos”.

Si se analizan los imaginarios que circulan en la sociedad respecto a los presidiarios, sale a la luz que muchos se alimentan de estereotipos. Foucault menciona como formas similares a la prisión, ejemplo paradigmático de lo que denomina instituciones completas y austeras, un cuartel estricto, una escuela sin indulgencia y un taller sombrío. Estas instituciones pueden definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente.

En el momento en que una persona es condenada por el sistema judicial a una pena de privación de libertad, pierde el derecho a la libertad ambulatoria, quedando en situación de encierro y bajo custodia institucional. Resulta necesaria la aclaración de que la pérdida de derechos generalmente excede a la pérdida de la movilidad e incide en las posibilidades de reintegrarse como sujeto en lo colectivo una vez que se ha pasado por el sistema penal.

La cárcel se organizará sobre los siguientes tres pilares: el aislamiento, el control del espacio y el control del tiempo. Aislamiento en el proceso de pasaje del afuera al adentro carcelario, entendido también como territorialización y desterritorialización; espacio, el de la vigilancia y el control inquisitorial; el tiempo, como medida de la pena. Todo ello dará cuenta de la conformación de la subjetividad del sujeto en el encierro.

En términos de Foucault (1975), los principios básicos de la prisión son: el aislamiento, no sólo del exterior, sino también de otros prisioneros, que asegura el coloquio del detenido y el poder que se ejerce sobre él; el trabajo, como agente de transformación que produce individuos mecanizados (individuos-máquina) útiles para la sociedad industrial; y la pena, entendida como privación de la libertad que dura según el acto y se constituye en individualizada en tanto se aplica a un individuo castigado, modificado y reaccionando en relación al aparato carcelario.

Las características de las instituciones completas, tales como la programación de las actividades,  la vigilancia constante, la falta de privacidad, así como el control del tiempo y del espacio, pueden influir en la escasa posibilidad de autodeterminación de los individuos privados de libertad. Así, los mecanismos disciplinarios y la vigilancia constante transformarían al delincuente en un individuo que siga las normas sociales. Lo instituido se impondría al recluso y éste lo haría propio, lo reproduciría sin que existiera posibilidad de que emerja lo particular, lo instituyente.

Si se tiene en cuenta que la cárcel, como cualquier institución, no existe aislada de la sociedad, es posible desarrollar una perspectiva que registre esta institución dentro del entramado comunitario. La violencia carcelaria es una continuación de la violencia comunitaria; las personas condenadas provienen, por lo general, de barrios criminalizados y vuelven a esos mismos lugares. Por ende, la cárcel es una estadía que está en el espectro de posibilidades de sus trayectorias de vida. Es una etapa por la que se sabe se puede pasar y se acepta como tal. La prisión no constituye un tiempo “aparte” y menos un “estigma”; es un tiempo productivo donde se sigue la vida sin que haya una calificación especial para los acontecimientos producidos durante esta etapa. Por su lado, el estigma ya no proviene de haber estado en la cárcel, sino que es previo, se adquiere en la misma socialización primaria cuando se nace en un ambiente criminalizado.

Componente simbólico

De esta manera se instituye en la sociedad la idea de que la prisión cumple una función de curación y normalización. Pero las instituciones conllevan no sólo un componente funcional, sino también, según Castoriadis (1975), uno simbólico, es decir, imaginario, entendido como la capacidad de ver en una cosa lo que no es. El simbolismo supone la capacidad de poner entre dos o más términos un vínculo permanente de manera que se representen entre sí: vulnerabilidad, estigmatización, violencia, se convierten así en términos indisociables; la víctima ha de convertirse, por fuerza, en victimario y esto la convierte en un peligro social que debe ser separado, normalizado o erradicado.

Por lo general las personas víctimas de violencia intrafamiliar y de ciertos estigmas sociales ingresan a las cárceles con un legado del que ya no podrán desistir: se han socializado en formas violentas de comunicación, adquiriendo modelos de relacionarse con los demás que enfatizan los aspectos conflictivos antes que los que puedan llevar a un camino de mayor flexibilidad de puntos de vista y de aceptación de otras perspectivas de vida. Las historias de estas personas son parecidas, han transcurrido por una socialización que ha tenido a la violencia como fuente de sus relaciones parentales, comunitarias y sociales.

En el plano social, Castoriadis (1975) plantea que lo imaginario posibilita la creación de instituciones que buscan dar solución a los “problemas reales”; a su vez, estos problemas son propios de una época y de una sociedad en virtud de sus imaginarios. Finalmente, se puede concluir que no hay tales problemas, sino que estos se instituyen, se imponen donde lo imaginario opera como represor.

Persona en situación de calle duerme frente a un graffiti en la zona de Congreso en la Ciudad Auntónoma de Buenos Aires

Como institución creada para dar solución al “problema” de la delincuencia, la cárcel aglutina en un solo espacio geográfico-social al conjunto de violencias que se presentan en la sociedad.

Sin embargo, a pesar de ser una institución completa, la prisión da pie a que los internos puedan generar formas de comunicación y de vida carcelarias novedosas, emergiendo así lo instituyente y creando nuevos imaginarios, nuevas significaciones. La forma casi exclusiva de comunicación admitida intramuros es aquella que desiste de la argumentación y por consecuencia apela a la violencia. Entre los reclusos se establecen relaciones de solidaridad, jerarquización y complicidad que pueden perdurar durante su futura vida “en libertad” y traducirse en nuevas formas de criminalidad. Los prisioneros tienen que lidiar con las violencias sociales, la violencia de los otros presidiarios y, además, con la violencia ejercida por la institución que pretende, contradictoriamente, rehabilitar para una vida en libertad mediante formas coercitivas basadas en el abuso de poder.

De esta forma se invierte, nuevamente, la relación víctima-victimario y el delincuente percibe, primero a los agentes de autoridad y después a la sociedad toda, como amenazas para él y justos destinatarios de sus actos delictivos.

Puede afirmarse, entonces, que lo imaginario instaura en la sociedad una realidad que torna necesaria la creación de la institución prisión y ésta, a su vez, mediante mecanismos disciplinarios y coercitivos, engendra nuevos imaginarios que conllevan a reproducir formas de relación violentas y delictivas. En palabras de Foucault: las cárceles no disminuyen la tasa de criminalidad; la detención provoca la reincidencia e incluso fabrica delincuentes; los expresidiarios no son fácilmente aceptados por una sociedad que es, a una vez, víctima consciente de estos mecanismos de creación de criminales tanto como creadora de delincuentes mediante la marginación. Así, la prisión, como parte del entramado social, cumple una función de retroalimentación: fabrica el problema al que pretende dar solución.

Referencias

Castoriadis, C. (1975). La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets Editores, Barcelona.

Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: el nacimiento de la prisión. (A. Garzón del Camino, Trans.). México: Siglo XXIz

Soria Arena, M. J. (2016). La construcción de subjetividad en las personas privadas de liberta. Facultad de Psicología, Universidad de la Repúbica, Montevideo, Uruguay.

Cómo citar este artículo

Román, A. (2020). El imaginario social de la vigilancia [Día, Mes, Año de la consulta en línea] https://antonioroman.info/el-imaginario-social-de-la-vigilancia/